El gringo de Oyacachi
Y seguía arrastrando el costal con la cosecha de esa
hora mientras le recordaba a su hija; -tú, tienes que casarte con un hombre
que te comprenda, por que como están los tiempos lo más importante es que te
fijes que sea un buen trabajador. Desquitándose en su juego con el viento y
ahora con su mano izquierda se refregaba la cara desdoblando el ceño antes de
sentarse a comer el choclo con pedazos de queso que traía su mujer encubierta
en una chalina. -A la mitad de la cosecha se puede hablar de todas las cosas
que nos pasa en la vida, y un poco del futuro, lo demás tiene control el
tiempo y la vejes. -Ya verás hijita, todo saldrá bien. Son las conclusiones de
Pedro, mientras su esposa se mantiene callada con el concepto de que el
silencio les acerca a los misterios y allí es donde se erradican los
compromisos.
Cabos sueltos de las ventajas y desventajas de comer en el lugar
de trabajo, para ver lo mismo cada día.
Una cinta de cassette viejo atravesaba
el maizal de Norte a Sur, estaba colocado ahí como un truco para aumentar el
sonido del viento y que de esa manera le ayude a espantar a los cucupacchos
que llegaban en tiempo de choclos. Un riachuelo dividía al pueblo en dos
barrios, el uno ubicado junto a los chilcos en la ribera occidental, rodeado
de piedras y malezas; y al Oriente se recreaba una vista fascinante con
arbustos, pasto y ovejas frente al horizonte. -Desenrollar una cinta de
cassette para asustar pájaros le pareció buena idea, aunque a Pedro le hubiese
gustado interpretar el arpa a la luz de un candil donde sentado frente al
fuego podía tararear canciones de los páramos, con el mismo propósito de
quemar el tiempo como lo hacía Venancio, pero sacudiéndose en medio del
intenso frio se veía obligado a ir al sembrío cada día a las seis de la
mañana.
En fin, ya que así se presentaba la situación, armado de resignación y
viendo que no le quedaba otra opción se marchaba silbando como otro pájaro
más. Como una tormenta adicional tenía que cruzar obligatoriamente por el
barrio de “los arperos” autoevaluándose bondadosamente, ya que teniendo una
sola arpa la disputa por interpretar era un verdadero concurso, al llegar a la
huerta levantaba la cabeza del espantapájaros que había sido azotado por el
viento de la noche, amarrándola su cuello con cintas que llevaba en el
bolsillo, olvidándose un poco de la música, regresaba por el camino
acostumbrado, pero siempre inquietado por el sonido del arpa en su cabeza. En
la casa, su esposa Susana, muy agenciosa con sus ocupaciones le servía el
desayuno, luego se adentraba en su talentosa ocupación, era innata la
imaginación de artesana que llevaba muy adentro, con ello construía cucharas
de palo o hermosos osos de anteojos y pintaba conejos en las bateas de aliso,
que del taller no demoraban en salir a la venta en Cayambe. Su adolescente
Martita asistía al último año de escuela donde aprendió algunas técnicas para
pintar objetos que en el taller de su madre las ponía en práctica, aunque su
mamá había preferido enseñarle a tejer en crochet con una aguja hecha de
guamas traídas desde Licamancha en El Chaco, a la vez que discutía con sus dos
hermanos si se quedaba en la tierra o trabajaba en el taller de su madre, y
pensando un poco en su futuro más bien quería seguir el ejemplo de la tía
Magdalena que ahora estaba en Quito. Al otro lado, con una entrada directa al
pueblo un mayor número de chozas formaban la cabecera de la comunidad, estaba
poblada de bodegas para la cosecha de maíz, cebolla y trigo, así mismo el
ordeño de las vacas y trotes de caballos mostraban el movimiento de la gente
que vivía entre las montañas, El bosque de arbustos que se habían cubierto
paulatinamente de musgos para abrigarse del frio y que de ellos habían imitado
los hombres vistiéndose con ponchos dibujaba parte del paisaje circundante,
además bichos, arboles enanos, potreros de kikuyo con algunas vacas sueltas a
la deriva, y rocas altas que se veían a la distancia blanqueando imponentes y
al pie borregos sueltos comiendo brotes, otros echándose a rumiar en pequeños
rebaños, burros y pájaros silbadores los uno rebuznando y los otros silbando,
daban la bienvenida a cualquier persona que llegaba.
Para Martita, la quietud
y la mirada tierna de niña no tenía por qué estacionarse, el día anterior
Pedro, había colgado un nuevo espanta pájaros que no era otra cosa que un hilo
soportando una pelota y que, moviéndose con el viento, le ayudaba a asustar a
los mirlos en el sembrío de trigo.
Claro está que gritar en las siembras y
poner espantapájaros en el maizal no era más que una rutina que, de vez en
cuando era rota por una nueva queja de su espalda. -¡Ándate dónde el tío Juan,
le dijo esa mañana; En la parte alta donde la luna y las montañas parecen
tocar el cielo y reposar sobre las cuchillas, y los mismos cerros se quedan
tristes con la humedad que los arrastra, y el viento que se va con generosidad
poética cargado de frío que empujan a las nubes y así como un cóndor mira al
venado desde lo alto, “las personas siempre tienen que estar activas” y a
Martita no le extrañaba nada de lo que ese día le rodeaba todo era normal,
pero en un instante después al alzar la vista le pareció estar viendo a un
hombre que caminaba en medio del pajonal y que llevaba vestido una camisa
blanca, ¿sería una alucinación lo que veía? aun no sabía, pero en realidad
discutiendo en su interior supo que no sucedió nada, de modo que pensó que se
estaba poniendo loca, porque al final eso era imposible, a menos que ello sea
una premonición del futuro.
Antes del verano Pedro, le había encomendado que
se fuera dónde su otro tío Andrés, a traer un oso grande para llevar a la
feria del Chaco, tenía que pasar por una montaña por lo que debía llevar una
chalina verde para acomodarse en el transporte del Oso de palo, era la misma
ruta donde vio en su primera visión al hombre bajando del cerro, en los
páramos no se encuentra mucha gente pero si alguien aparece, no hay problema
se puede entablar una conversación. Otra vez, saltando esos montículos, bajaba
acelerado pensando ganar tiempo, y finalmente retirar el oso trabajado por
Andrés, ya de vuelta sin darse cuenta que ya había recorrido más de la mitad
del camino, entonces a pocos metros aparecía un hombre con características de
un gringo: Era clara la diferencia de la ropa, estaba puesta una camisa de
color caqui, el pantalón a la altura de las rodillas las tenía totalmente
desgarradas, hasta ese momento no le había dicho nada, pues simplemente estaba
asustada, prosiguió mirándolo y descubrió que su pantalón se veía como
ventanas con cortinas despeinadas y abiertas que en el fondo tenían dos
piernas blancas como habitantes, el hombre se acercó lentamente dando la
impresión de estar desorientado, ahí habló rompiendo el silencio.
-Hello, My
name is Jhon can you help me? I need drink wátter. haciéndose entender le
había señalado uniendo las manos que estaba con sed, mientras que Martita sin
interrumpir el viaje acomodándose el oso sobre su espalda le pidió que le
acompañe mientras pensaba donde podría hospedarle, en casa nunca se había
visto un gringo… Martita logró un acuerdo temporal haciendo señas con sus
manos le había invitado a la casa, ya que era muy tarde. Cerca de la casa de
Los Parion, sin haber advertido pero resignada a la circunstancia finalmente
mostro con su mano la dirección de la casa, y por los gestos que hizo en su
cara había entendido que aceptó ir en esa dirección. No fue necesario tocar la
puerta estaba abierta, impresionados y casi en silencio le trajeron
inmediatamente un poco de agua de sunfo caliente, parecía que por el
movimiento de su cabeza entendieron que lo que quería era agua pura, entonces
Martita se levantó y trajo agua en un vaso que estaba al lado suya, -soo,
había sonrisas en las caras de los presentes. Pero al verle así en esa
condición Pedro, ordenó a su esposa que le ofreciera una toalla para que de
ser aceptada la sugerencia pueda ir a bañarse en las piscinas de aguas
termales que estaban al otro lado y eran las de mayor temperatura, después de
un silencio propio de no entenderse muy bien dijo: gracias, Ok gracias, y
salió en dirección a la piscina.
La mirada y espanto de Martita no tomaba
efecto aun, su madre comenzó a susurrarle primero y enseguida la increpó
diciéndole que es lo que había hecho y que por favor le contara como fue el
asunto de encontrarse con semejante hombre. Entonces Martita le dijo como era
todo. ¿Resignados se reían diciendo y ahora que vamos a hacer? Pedro, era
optimista para calmarles diciendo ya veremos mañana que es lo que pasara. Ya
en la piscina, el gringo se hundió en el agua por unos segundos para saltar
gritando un poquito tocándose la rodilla que estaba sangrando, se volvió a
clavarse en el agua seducido por el calor, así permaneció por el lapso de una
hora vuelto a vestir su harapo ya reconfortado con la rodilla rojiza, pero sin
sangrar, salió para dirigirse de nuevo hasta la casa de los Parion, ya era
cerca de la noche un poco dudoso sin más remedio esa ocasión se quedó a dormir
allí. Jhon, entendía el español, pero le era difícil hablar, por lo que mejor
se quedaba callado, pero asentía con la cabeza todo y decía gracias por todo,
sus días de aventura por el páramo no se comparaban con estas horas en casa de
los Parion, el paisaje, la artesanía le enamoraron a primera vista, y
ofreciendo pagar por su hospedaje pidió recorrer el pueblo, todos se quedaban
admirados al verle, pasó enseguida a ser lo más gracioso que tenían al
momento.
Observando las cintas de casette, colocados en los sembríos de maíz
sacó otros casettes de su mochila y los entregó a Pedro, -no entender, pero
puedes usar esto le dijo: y entre una nueva experiencia y otra, los días
comenzaron a pasar, hasta familiarizarse tanto que iba aprendiendo el Kichwa y
conociendo su cultura. Pedro, le conto que antes tenían entre ellos a la
virgen de Oyacachi, y que el cura había propuesto que le llevaran al Quinche.
De su lado el extraño Jhon, se quedó ahí, un año, todos hablaban en Kychwa
Jhon, aprendió a pedir las cosas elementales, nunca se identificó de donde era
ni por qué llegó al lugar, pero al cabo de algunas noches de hospedarse se
había familiarizado con la artesanía y básicamente con Martita, que en el
taller le inspiraba consuelo y compañía, los baños constantes en la piscina
ese trajín de desvestirse y clavarse en el agua, el nadar una y otra vez y el
¡ok! a los tres meses de llegado comenzaron a inquietar su normal desarrollo;
una tarde que querían esconderse de los mirlos que frecuentaban las plantas de
moras en los alrededores, por poco los delató frente a su padre, al fin todos
querían que el gringo fuese a visitarles, pero el tal prefería la casa de los
Parion.
El día menos pensado, el gringo desapareció nadie supo a donde se fue.
Este sapo, dijo Pedro; se volvió a los Estados Unidos, dejándonos con la nariz
larga y haciendo pedazos a Martita. Nunca se supo por qué trajo plantas de
caballo chupa a la casa, el día del cumpleaños, ni tampoco supieron para qué
usaba cassettes.
Pocos meses después, el presidente de la comunidad pasando
lista de los habitantes preguntó por Martita a lo que don Pedro había
respondido que estaba en casa descansando. Así tradujeron el kichwa de la
conversación además desclasificando todos los expedientes de la junta vieron
que no existía registro alguno que mostrara la visita de un gringo a Oyacachi,
y así se rompía esta constante. El día que nació el niño, su abuela que había
estado presente le contó a la vecina usando una descripción dramática
“pobrecito el pequeño nació disminuido a un quinto comparado con el uno
ochenta de su padre, sin cabellos, pero con ojos azules, daría la impresión de
ser un punto de referencia en medio de los quinientos habitantes.
En Oyacachi,
era la noticia de primera plana en la escena principal del escándalo estaba
Martita y su familia y el gringo que había desaparecido, porque, aunque se
haya ido el gringo dejaba un hijo a su imagen y quien sabe el tiempo que
tomaría olvidarlo, uh hasta que crezca y se case, que no más le puede pasar,
se refería la abuela que asistió al parto. Todo ese tiempo el gringo ocupó la
primera escena del escándalo si no el papá el hijo. Años después otros vecinos
criticaban, a este gringo mirándole la cara uno se pierde, pues tiene la nariz
con dirección al Oriente, aunque siempre procura mirar al Norte, para escuchar
hace un esfuerzo adicional con su oreja izquierda y en lo posible cuando
quiere ver lo hace con su ojo derecho mientras cierra el izquierdo, creo que
en toda su vida nunca ha conseguido un lente para ayudarse. A veces cuando
camina por el sendero empedrado se agacha como si esquivara una rama, pero
cuando camina con la Juana, una de sus amigas, se pone a saltar, pues ella
anda detrás a veces alzándole el pantalón otras veces riéndose, aunque en
ocasiones el gringo, reacciona y le echa coses como parte de su juego. -El,
desencorvándose, y hablando su buen kichwa esa mañana le propino una mala
palabra. Juana, estaba fascinada por su cabello castaño y sus ojos celestes.
El pueblo pone los mejores nombres a su gente; este guambra es “El gringo” y
punto, nadie dudaba de su madre, pero del apellido de su padre en realidad era
difícil pronunciar, y nunca se popularizó, por lo que pasaron a llamarle en el
barrio de los Arperos, simplemente Gringo, así bautizado sin una ceremonia
correteaba por los kykuyos persiguiendo a las ovejas.
En agosto, un festival
de música programado por la iglesia, tenía previsto la visita de varios grupos
y representantes de pueblos vecinos; los últimos en llegar eran los de
Cangagua, los representantes de la escuela Francisco Aigaje, habían llegado al
medio día para aprovechar las aguas y estaban bañándose en las piscinas, el
grupo de Cayambe y otros esperaban el resultado de la pesca tras enviar a
cinco expertos en pesca en ríos y otros cinco en pesca en lagunas.
Esa noche
el pueblo y la iglesia tenía un movimiento especial; las mujeres iban a
participar con tres cantos, Martita estaba atendiendo al niño y era prudente
quedarse en casa, dos guitarras, el acordeón, y el arpa más las voces de diez
mujeres se constituía en una magnifica representación de Oyacachi, e iba a
estar bajo la dirección de Pedro Parion, otras mujeres estaban preparando la
comida y la ropa para la ocasión, faldas verdes, rojas y azules con el
cinturón multicolor, blusas blancas con encajes dorados bordados a mano,
chalinas vistosas y botas de goma negras. Para los hombres significaba menor
compromiso vestir, después de una camisa blanca y sombrero negro el pantalón
era lo de menos.
Con el tiempo, el Gringo crecía, bajo la tutela de Pedro,
estaba acostumbrado al rodeo del ganado en el páramo, el avistamiento de
venados y la cacería de conejos, cuidando siempre las gallinas ante el asecho
de los zorros. Quizá era lo único que le gustaba. Era el tiempo donde las
familias iniciaron largas jornadas de viajes por el monte hacia el Oriente,
las familias estaban cansadas de lidiar con los osos, y otros casos por
algunos roces entre parientes, entonces ¿por qué detenerse si el mundo está en
tus manos? se decía la madre del Gringo, y en una de las primeras decisiones
trascendentes el muchacho rubio tomaría una decisión, me voy de aquí. Buscaré
aventuras en otros lugares, sabia de los Aigaje, los Ascanta, que habían
bajado por el rio hasta un pueblo que se llamaba Santa Rosa, muy al Oriente.
Salió a decirle a Juana, que había tomado una decisión definitiva el de viajar
a Santa Rosa, pero no se iba a ir sin estar acompañado de ella, Juana la tomó
como compromiso demasiado serio, por lo que le respondió, debemos cumplir
nuestra cultura y tradición no podemos irnos sin que antes nos casemos.
Desde
niños habían planeado fugarse de casa, pero sabían que tenían que respetar la
tradición y esperar todo el proceso; pedido de mano, aceptación de los padres,
entrega del dote y ceremonia en la iglesia, pero como no tenía padre presente
en todo caso podía hacerlo su abuelo esa fue la petición de ese día quizás
oportuna e inapropiada por otro lado, porque Andrés, el socio de Pedro estaba
preparándose para la feria del Quinche, habían construido un cristo y una
virgen que le pidió un cliente viejo y buen pagador y era una buena
oportunidad para vender y pagar algunas deudas. Por eso pidió que esperaran un
tiempo hasta poder volver y con tranquilidad organizar la boda.
¡Ah carajo¡, o
sea que cuando uno quiere cumplir con detalles del compromiso, ellos están
ocupados no, no más, prepárate Juana que esta semana salimos.
Una semana
después llegaron a Santa Rosa, aquí se quedó a vivir unos pocos días antes de
radicarse en El Chaco en el Barrio San Pedro, los Alvarado, estaban radicados
aquí desde los inicios del pueblo, mientras que Pepe Quishpe de Cangahua
habían llegado soltero y se había casado con una chica de apellido Mamallacta,
ellos le recibieron como si fueran familia, en Santa Rosa ya le habían apodado
con el nombre de Gringo de Oyacachi a él le resultaba como el cuento del
patito feo, pero con los personajes invertidos, en los dos lados iba a pasar
mal. Ahí entendió por qué su madre le trajo a San Pedro un tercer pueblo donde
viviría, aunque la alarma quedó prendida en Oyacachi, pero sabía que
finalmente pudo darle un nombre a su hijo. -No colocaba camisetas viejas y
pantalones remendados en medio de los maizales, tampoco cosechaba choclos y
hacia humitas todos los días, a veces si en esta época quemaba chontas las
esperaba una semana mientras caían los rayos para que produzcan el hongo rojo,
los tomaba y ponía en medio de los choclos cocinados y calientes dentro del
cesto, esperaba colocándole cerca del fuego para darle una temperatura ideal y
que se produzca el fermento deseado, al cabo de dos semanas ya estaba listo el
material para la bebida y bebía.
El día que estaba vestido con camisa de
mangas largas y pantalón caqui, puesto las “siete vidas” y cargado la ashanga
a mi espalda no hacia otra cosa que irme a la chacra a sembrar plantas y a la
vuelta aprovechar el tiempo trayendo un poco de hortalizas, oíste Juana?, Aquí
tengo una cinta de casette que traje de Oyacachi – Tiene que tener un mensaje
voy a tratar de recuperarle en lo posible, la vecina Rosa, tiene una de esas
caseteras viejas dile que me preste, que si te pregunta para qué? dile que no
sabes nada, y que a cambio le entregare un costal de choclos.
Con la mancha de
no haberse casado en su momento se decidieron quedarse a vivir en San Pedro
Barrio periférico de la cabecera cantonal resultaría mejor, eso que quedarse
en Oyacachi, esperaban tener muchos hijos y ser un aporte al crecimiento de la
ciudad, pero parecía que algo no funcionaba; -Los años no se detienen por el
lugar que vives, ni las ganas de un primer hijo repetía Juana.
En las fiestas
de San Pedro había conocido a un joven mientras su marido estaba embriagado,
nueve meses después nació su primogénito, pero no era nada rubio, bueno se
podía esperar quizás el segundo hij@ pero tampoco tenía algo de gato, y el
tercero tampoco, finalmente vino el cuarto y nada. El asunto que llenaba la
boca en las conversaciones de los días de lluvia en el vecindario era; ¿por
qué los hijos del gringo de Oyacachi, no eran de su color? era muy sencillo
deducir ¡si tenía cuatro hijos por qué ninguno era rubio o por lo menos
coloradito.
El gringo de Oyacachi, se había resignado, y lo único que le
consolaba era su botella de aguardiente de caña traída de los trapiches de Don
Reyes, todavía tenía entre sus cosas algunos cassettes, que le había entregado
su madre, esta vez el mismo fue donde los Quishpe y pidió que le prestaran la
grabadora, para escuchar algunas canciones que le recuerden a su Pueblo,
entonces salió a su patio posterior de su casa y lo colocó sobre una pequeña
mesa a la vez que silbaba, enseguida tomó los cassettes viejos probó el
primero y no producía ni un sonido, sin desanimarse hizo lo mismo con el
segundo a lo que le oprimió la tecla play entonces comenzó a escuchar ruidos
como de una conversación, subió un poco el volumen y detectó que en realidad
era un dialogo entre un hombre y una mujer se mantuvo ahí en silencio…luego
mejor le puso pause alguien había entrado en ese momento a la casa. Pero era
importante saber que contenía así que no le importó que sea su vecino, y
siguió escuchando a menor volumen, parte estaba hablado en inglés y parte en
español y parte en kichwa. Al cabo de escuchar el primer lado entendió, que su
padre había trabajado como espía para la CIA, y el día que salió de Cayambe
hacia el volcán se cayó perdiendo su mapa por lo que anduvo sin rumbo
masticando caballo chupa y de esa manera llegó hasta Oyacachi, que no pensaba
enamorarse ni mucho menos tener un hijo, pero que era necesario volver a su
país, y una vez jubilado volver a verlo. En ese instante interrumpió la cinta
y lo arrojó al fuego.
Desde ese momento comenzó a recorrer en su mente todos
los episodios de su vida y hablar en voz alta la soledad que construía con su
pasado; -los cóndores están volando en el páramo, las dantas son como
caballos, lanzó tierra en la boca de las luciérnagas, gallos de la peña como
sapos en la roca, las mentiras de amor, no hay quien se equivoque como yo,
vivir bien frente a las cosas que no tiene control, ella es mi mujer, la yuca,
el mecánico construye su máquina que lo mata, la mujer que traiciona a su
marido es amada, la naranjilla, malas noticias que no matan, el monte lleno de
zancudos, las fiestas del Chaco, y las de Santa Rosa, tú, en la chacra amando
al vecino, el trago que bebo es rico, la hipocresía de los hijos mayores
llamándome papá, mi padre es americano; toda esa vida me lleva a la tumba.
SINOPSIS
El Gringo de Oyacachi, nacido en una comunidad kichwa, del lado
oriental de los andes ecuatorianos, de padre americano, y abandonado tras
conocer su concepción, crece bajo la tutela de su madre en medio de la cultura
e idioma de sus ancestros maternos. Decepcionado con su situación busca
enamorarse de una chica con la cual se mudan al Chaco, en la selva fría
amazónica. Se establece con su familia en San Pedro, sin lograr procrear hijos
afectado por la melancolía y desaire que le ofrece la vida encuentra en el
alcoholismo una salida que lo lleva a la locura y finalmente muere dejando
pocos rastros de su existencia.
Autor: Leighton Natanael Zarria A.